martes, 5 de agosto de 2008

Una fábula de la chispi





Un gato es una combinación de dulzura con algún saborcito amargo, de suavidad con pequeñas espinas, de blancura con puntitos negros. Estas dualidades lo han hecho ser el consentido de algunas personas como yo, que no buscamos la fidelidad asfixiante de un perro y que deseamos un ser que se comporte de acuerdo a su naturaleza implícita.
Les cuento que Chispita un día le dió por querer estar fuera de la casa, rehusando a los sitios que un gato tiene preferencias por dormir, la cama, la sala, el sillón, etc.
Estuvo la Chispi rascando la puerta principal un buen rato, con la gatuna paciencia que siempre es mayor a la nuestra, ya que estábamos decididos a no dejarla salir -preocupaciones patenales gatunas-. Cuando por fin colmó la paciencia de Mirna y la mía -y nos dimos cuenta que la puerta arañada no se iba a reparar sólo con una barnizada-, la dejamos salir. La gata estuvo un rato oliendo los rincones de fuera de la casa y llegó hasta donde habían hierbitas. Las olisqueo, las mordisqueó y se tumbó de panza sobre ellas. Después de un rato, se levantó de repente y emprendió la carrera de vuelta a la casa y se subió corriendo al sillón. Empezó a rascarse y a lamerse desesperadamente y nosotros -que habíamos visto su recorrido desde la puerta- nos dimos cuenta de lo que pasaba: la gata, en su ignorancia sobre los asuntos exteriores del jardín, se había tumbado sobre un hormiguero!
No nos quedó más que ayudarla a quitarse las hormigas de su pancita y reirnos un poco de ella, por haber dilatado más tiempo rascando la pobre puerta que en volver a entrar a la seguridad de su hogar.
Moraleja: más vale malo por conocido que bueno por conocer, o mejor dicho, más vale sillón conocido que hierba con hormigas por conocer.

Saludos.